miércoles, 14 de octubre de 2009

Salvadores de la Nada

Por Diego J. Kenis

Hay personajes que, tanto en el orden político como en el deportivo, aparecen como salvadores o libertadores con pretensión de. Pocas cosas hemos tenido en la Argentina tan eufemísticas como la Revolución “Libertadora”. Comillas por dónde se le mire.

Ahora, la Historia se repite. Miles de voces se alzan contra un Gobierno democrático que no hace más que cumplir con lo que –bien o mal- dijo en su plataforma. También reaparecen algunos rústicos marcadores centrales que pretenden “liberar” a la Selección Nacional de un tipo que la llevó a los planos más altos, inalcanzables para cualquiera. Se pretende “liberar” a un prisionero eventual, que no tiene cadenas que romper. Son los que viven del comentario.

Como tantas otras veces. El fútbol se ha instaurado no ya como teatro o metáfora nacional, sino convertido en la propia Nación. Nada le hace peor el fútbol, ni a la Nación. Cuando el conjunto albiceleste era dirigido por Bielsa y quedó fuera del Campeonato Mundial de Japón, la consigna era que los jugadores debían “dar explicaciones”. Algo que no le pedimos a los políticos de las décadas más infames de la Argentina, que coinciden con hitos mundialistas: el ’30, la primer cita; el ’78, la primer conquista; el 2002, lo recién reseñado. Simplemente era “que se vayan todos”, frase tan simbólica como ambigua, demasiado extensa o librada a interpretaciones peligrosas.

Cosa curiosa que justo el momento de esplendor del peronismo haya significado la ausencia mundialista de Argentina. Una ausencia elegida, algo que en sus razones más profundas se debería rever. Después de eso vino el Perón que no fue, el que no hizo la Revolución Socialista en el ‘73. El que se murió. O el Maradona al que le cortaron las piernas. Ser argentino es estar lejos y estar triste, aventuró Cortázar en un poema tan crispado como hermoso. También, ser argentino es estar a punto de, y quedarse allí.

En un rato, el equipo argentino que dirige Maradona jugará el crucial partido con Uruguay. Él, la Selección y el Mundial configuran tres ítems que siempre consideramos indisolublemente unidos. Todo puede pasar. Será un desahogo interminable o una gran tristeza nacional. Pero nunca se equiparará a un chico que, como alguna vez Diego, no tuvo qué comer o con qué escribir o cobijarse. Tampoco se equipararán a héroes sociales quienes, desde la comodidad del sillón de comentarista, pretenden saber lo que no saben, lo que ni siquiera sospechan.

La Historia, a él, a Maradona, ya lo absolvió. Hizo méritos como para que, ahora, lo dejemos que se la juegue como le plazca. Mal no le ha ido, mal no nos ha ido, hasta ahora.

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